jueves, 17 de abril de 2008

En torno a la obra de Joce Daniels

Retratos de una Cotidianidad antiestética
Por Fernando Fernández Palacio
Escritor, investigador, Magíster en Educación


Digamos que la vida es “una gran fiesta” donde no existen actos sino interpretaciones asumidas por invitados enajenados según el grado de alcohol o euforia, invitados que sin llegar a emborracharse se revisten de espíritus libres para demandar acomodo según sus expectativas: Como el pensante que busca su realización a través del conocimiento puro, pero sin llegar a ser sabio, pues es consciente de que allí corre el peligro de ahogarse entre sus reflexiones.
En los últimos años, como ha sido siempre en el llamado mágico Caribe, hemos vivido de fiesta en fiesta y solo se habla de la circunstancialidad vivida en cada una de ellas. Parece como si la sociedad, la naturaleza y los espíritus errantes estuviesen sumergidos en ese ambiente de frivolidad que todo lo envuelve.
De hecho, desde la época en que reinaba el Mito y el refrán, los pensadores visionarios han atraído miles de singularidades alternantes; no obstante, sin apoyarnos en Dilthey, Nietzche o Heidegger, que puede decirse son los más notables representantes de la captación de la fenomenología presente en singularidades no tangibles o basadas en observaciones biogenéticas, se debe estar consciente de que en el presente siglo, no solo se ha desarrollado la visión para averiguar cual es la mejor fiesta y participar en ella como invitado de primera fila, sino que ha llegado el momento en que el hombre sabe de su capacidad biográfica y conocedora de su cultura y de su visión para interpretarla: es la era en que el pensamiento del hombre ha comprendido que no existen “actos históricos” o fenomenológicos, sino “interpretaciones”, producto de espíritus que luchan por no dejarse endosar, y desarrollarse; que luchan por detectar e interpretar la realidad disimulada que los encierra: saben que no les llegará el desarrollo sino se generan espacios para que se geste la conciencia, razón y visión capaz de modelar las buenas interpretaciones que el humano pensante requiere para su interacción social.
Últimamente, luego de miles de batallas ontológicas, estéticas e intelectuales que hemos tenido que sostener para arribar al estado de pensamiento actual, y luego del nacimiento del imperio positivista que se gestó posterior a David Hume y a Tomas Hobbes, el hombre, o mejor dicho el invitado a esa singular fiesta lamentablemente se ha convertido en “utilitarista y pragmático”; que entre otras cosas significa que se ha emborrachado: invirtió sus valores y observa e interpreta inclinado hacia la tan lesiva “tecnocracia” que burdamente “sitúa la vida muy por debajo de las cosas materiales”. Y apoyados en conceptos muy en bogas en nuestros días tales como el especialismo y el dependencialismo y en la fecundidad del conocimiento opresor (agentes retardadores espirituales externos) ha creado grupos que cada día dividen más y más a los humanos.
Divisiones también, fruto de aparatos ideológicos que no solo tienen por objeto minimizar la visión humana, sino estropear la capacidad de interpretaciones de la realidad fluyente.
Sin embargo, aunque la situación se convulsiona cada día más y existe la posibilidad de abatirnos tratando de resolverla, no estamos solos. Desde tiempos antiquísimos y épocas remotas ha habido gente preocupada por descubrir y contrarrestar los posibles emisarios retardadores que de un modo u otro surjan. De allí que haya espíritus capaces de no dejarse enajenar, muy preocupados y comprometidos en el mejoramiento de la capacidad de interpretación del medio y de quienes lo rodean. ¡Joce Daniels es uno de ellos!. De manera sutil escarba, escudriña y curucutea la realidad y la exhibe de modo sarcástico y sincero al mismo tiempo. Arquetipo de esa realidad, para solo mencionar una crónica, es la minihistoria denominada “El pollino que fue senador”.
Joceda, como lo llamo cariñosamente en mi obra narrativa “Más de diez verdades sobre la Latinoamérica maldita”, es mordaz y rompe los cánones del periodismo literario. ¡Qué en últimas es lo que se requiere para vencer los agentes retardatarios que el medio nos ha ido imponiendo! Los títulos que selecciona para cada una de sus crónicas sintetizan y develan por medio de un lenguaje literario el mundo en que se mueve nuestra sociedad, sometida a los cánones de la tradición y lo signan como un verdadero periodista de opinión. Es como si Augusto Monterroso hubiese titulado su magno cuento: “Las ovejas negras que fueron fusiladas en Guatemala y Nicaragua”.
Daniels rompe con los esquemas y estereotipos de “producción de significado” que esboza el novelista y catedrático Humberto Eco. Y a mí me gusta el estilo y la forma de cada una de las crónicas de este libro, porque como en otros trabajos del mismo autor, choca de frente con el aparato ideológico que se ha instalado para enajenarnos. Los escritos de Joceda generan espacios para la gestación de un desarrollo humano honesto. De hecho él sabe y deja entender que el ser desarrollado no es fácil. Que implica poseer conciencia y razón, pues la autoconciencia por si sola no basta. En este sentido es bueno plantearnos honestamente este interrogante: ¿Cómo una sociedad que no ha leído textos como la República que fue escrita hace más de dos mil años puede desarrollarse? Cobra vigencia el silogismo lectura intensa = conciencia = buen uso de razón. Tal vez por eso sea que Joceda indague sobre mitos: ¡Para comunicarse y no alejarse tanto de su pueblo! Un pueblo que en la era heurística aún vive entre mitos y refranes. A través de sus escritos profundos y reveladores he llegado a admirarlo, pues se hacen indispensables y necesarios en nuestro medio, porque sin perjuicio alguno rompen con los anquilosados cánones de la prosa y exponen a la censura a su creador, ya que su único propósito es develar las circunstancias que obstruyen el desarrollo intelectual de la gente de nuestros pueblos.
Cartagena de Indias, 11 de enero de 2004

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