domingo, 23 de octubre de 2011

La Palmera de Mariipaz

A Marii Paz Jiménez Canedo,
que me inspiró el relato


Cuentan los abuelos y las abuelas de mi pueblo, que en el camino que va de Pueblo Bonito a la Ladera de San Martín, hasta hace pocos años había un jagüey de aguas encantadas a donde acudía la gente en tropel cada tarde a bañarse y de esa manera mantener el cuerpo sano y libre de cualquiera de esas enfermedades tropicales, como el dengue, disentería, mal de ojo, viruela o simplemente sarampión. A medida que fue pasando el tiempo, el lago también perdió importancia por la contaminación de las aguas y por las muchas leyendas que en tono a él se tejieron. Y a pesar de que las generaciones lo fueron olvidando, y ya nadie hablaba del mítico jagüey en torno al cual había crecido el legendario Chagualo, en cuyas ramas dormitaban de tiempo en tiempo espíritus mansos y las brujas trasnochadas después de sus aquelarres, lo que más llamaba la atención era que en los últimos tiempos se había hecho costumbre que cada día iba hasta a aquel olvidado lugar una niña de ojos negros, pestañas grandes y gruesas, cejas pobladas, de trenzas largas de cabello negro y rostro ovalado del color de la canela quemada. Siempre se sentaba al pie de la planta, que la gente había comenzado a llamar la palmera de Mariipaz. Era una planta extraña que ella encontró a la orilla del camino en uno de los paseos matinales en que ella acompañaba a su padre, un agrónomo de reconocida fama que desde hacía años estaba empecinado en encontrar una solución al hambre, realizando experimentos de cruce entre una mata de yuca y una mata de maíz, pues para él era posible realizar un injerto de esas dos plantas que estaban en primer lugar en el plato entre la gente de la región.

Con el paso de los días y de las semanas, los meses y los años, Mariipaz creció y creció y se hizo una joven alegre y hermosa, que según decían quienes la conocían, no había nadie que la igualara por aquella comarca, hasta el punto que en las fiestas o reuniones a donde iba acompañada de su mamá, siempre era el epicentro de las miradas, tanto masculinas como femeninas, pero ella con su alma ingenua de campesina, solo daba una sonrisa de cumplido.

-Mariipaz, como has crecido mija, eres la mujer más bella del pueblo, le dijo cierta mañana Tránsito, una señora de alta consideración, que le había parido a Tito, su marido, una docena de hijos, entre ellos diez mujeres y dos varones, pero que desde hacía rato habían cogido destino y se habían regado por todo el continente.

Lo mismo sucedió con la Palmera de Mariipaz que fue creciendo hasta ser una planta adulta, cuyas hojas intensamente verdes podían verse desde Sincahecha, La Envidia y Tierraebarro, que eran pequeñas fincas habitadas por gente honesta, humilde trabajadora y de una seriedad proverbial, en donde cultivaban caña de azúcar, hortalizas, yuca y ñame y también criaban gallinas, cerdos pavos y una que otra vaca para la leche de la casa.

Llamaba la atención que en la Envidia, la finca del señor David Naizzir, un libanés que jamás aprendió a decir una palabra en castellano, en las mañanas la gente de pueblo Bonito y la Ladera de San Martín, llegaban bien temprano, cuando aún en el cielo estaba asomado el boyero que guiaba la ruta de los pescadores, a comprar leche caliente recién salida de la ubre de la vaca y a beberla con panela que hacían de la caña que molían en el trapiche que estaba en la misma finca.

Mariipaz, iba a todos esos parajes, desde pequeña y tiempo después cuando ya estudiaba bachillerato, lo primero que hacía cuando regresaba a su casa era tirar el morral y salir corriendo, asida de la mano de su hermana Jessika para ir a visitar a su amiga la palmera.

-Ven, vamos Jessy, le decía, acompáñame a visitar a mi amiga.

Jessika, que había iniciado estudios de medicina en una universidad de la capital del país, y llegaba cada seis meses a Pueblo Bonito hablando como una cachaca nativa, no solo era mayor que Mariipaz, sino que se creía con autoridad para orientar a su hermana.

-Marii, esa no puede ser amiga tuya. Es solo una planta.

-Pero es mi amiga, Jessi, ella habla conmigo, le decía Mariipaz a su hermana.

-Mírala Marii, ella no puede hablar, le decía. Son ideas tuya.

Maripaz con su alegría contagiaba el ambiente. Las dos salían alegres y brincando, saludaban a quien encontraban a su paso y cuando se encontraban a las afueras del pueblo, muy cerca de la Palmera de Mariipaz, ella, se subía a los burros y caballos, saltaba cercas y como sabía que sus padres no la observaban se iba hasta la orilla del río, y allí se subía en las canoas que estaban en el puerto del señor Benito Batista y muchas veces con Jessyka y Elebeth, su amiga de infancia, intentaba cruzar el canal que separaba a Pueblo Bonito de la Isla del Encanto. De Elebeth, que se dedicó de lleno a la música folclórica e integró con otros jóvenes una agrupación cuya fama creció tan rápido como la espuma del mar, se fue a vivir a París, cuando los contrataron apara hacer una gira internacional y nunca más volvió a su pueblo, aunque de tiempo en tiempo enviaba una que otra partitura de sus canciones vía internet, siempre la tendría entre sus amigas y entre sus recuerdos, pues fue ella quien la salvó de las garras del Mohán, una mañana en que siendo aún muy niñas, con apenas ocho años, cuando el mítico endriago surgió de las profundidades de las aguas con el cuerpo lleno de pelos y una garra de perica ligera y trató de llevársela, fue Elebeth, quien se la arrancó al rociarle ácido en los ojos al Mohán.

Jessy que siempre estuvo consciente que su hermana menor divagaba respeto a la palmera, una mañana en que acompañó a Mariipaz, ante la insistencia de ésta, por poco casi se muere del susto cuando escuchó una voz melodiosa que salía del follaje y se esparcía a través de las tenues rachas de viento que traían desde el bosque el aroma fresco de las flores silvestres.

-Hola Jessy, desde hace tiempo te estaba esperando, se escuchó la voz, clara y femenina que emanaba de la palmera, mientras sus hojas largas se movían alegres como si quisieran saludarla.

Lo cierto fue que Jessy, que aún llevaba sobre sus espaldas el frío de la capital, no resistió el asombro de su sorpresa cuando escuchó la voz y salió corriendo hacía su casa.

Cuando su papá, que estaba imbuido en otro invento para sacar whisky casero del jugo del cardón con jalea de maní, le preguntó que qué le pasaba. Ella solo respondió:

-Me salió un muerto.

Desde ese día se olvidó de la planta y cuando su hermana la invitaba, ella le decía, Marii, ve tú, ella es amiga tuya.

Pero como todo es relativo en este mundo, hasta la amistad entre seres de diferentes especies, cuando Mariipaz fue cruzando la línea de la infancia a la pubertad y después se hizo toda una hermosa zagala, también ella se fue olvidando de su amiga la Palmera de Mariipaz. Ya el campo era prehistoria para ella, el jagüey, el canto de los pájaros, la brisa matinal y hasta la íntima amistad que había tenido con sus padres, también se fue perdiendo. Maríipaz, se guardaba sus secretos, los secretos de los primeros venablos que le lanzaba a su joven corazón el inmortal Cupido.

Era raro el día en que no recibía más de un piropo, y cuando iba por la calle sola o acompañada arrancaba más de una mirada de alegría y de emoción y en sus oídos sonaban frases hermosas que le lanzaban sus pretendientes.

Cuando alguien le preguntaba, ajá Mariipaz ¿y tú amiga la palmera? ella apenas respondía:

-Está allá sola, acompañada de los pájaros y de sus trinares y se reía.

Se olvidó tanto de la palmera, que una mañana en que se levantó por la reprimenda que le daban sus padres porque ella había ido a una fiesta sin el consentimiento de ellos, de pronto recordó a su amiga, a esa amiga de infancia que ella había recogido a la vera del camino y que había cuidado con tanto esmero, que habían crecido juntas, una en el hogar con sus padres y la otra a la intemperie, con la brisa y el ambiente montaraz del campo, recordó la época en que la palmera había sido su confidente y como toda joven que aún lleva en su alma los valores de la ingenuidad y la inocencia, se recriminó por su ingratitud. Siguió caminando por toda la calle hasta salir del pueblo, la gente la saludó, pero ella no escuchaba a nadie, sus pensamientos estaban en su amiga. ¡Cómo he sido de ingrata! Se dijo y nuevamente recordó las tardes en que la planta cuando ella llegaba desparramaba las hojas y traía la brisa fresca de las montañas y allí en el tronco de la noble palmera se subía y sus amigas de infancia y de juventud le tomaban fotos y se reían. Recordaba la vez en que la planta le susurró al oído: ¡Mariipaz, en esta foto viviremos juntas para siempre! ¡Si yo muero siempre me tendrás junto a ti!

Cuando Mariipaz, llegó a la orilla del pozo de aguas encantadas, al no ver la planta, sintió que algo extraño le atenazaba su corazón, que sus voces no lograban salir y que algo se le atoraba en la garganta.

-Qué buscas joven, le dijo un anciano pescador ocasional que tiraba y tiraba la piola y nada sacaba.

-La planta, busco la planta, le dijo ella.

-¿Cuál planta?, le preguntó nuevamente el anciano, mientras fumaba un tabaco y echaba humo por la nariz. Aquí hay muchas plantas, le dijo.

-No. Dijo Mariipaz, repuesta de su sorpresa, busco la Palmera.

-Ah, tú eres la niña de la palmera, le dijo el anciano de pelo blanco. Pues has de saber mi bella y hermosa niña, que la planta hace muchos días murió. Murió en el olvido que es lo peor que le puede suceder a una persona. Aquí cada vez que yo llegaba hablaba conmigo y me contaba que tenía una amiga, pero que ella la había olvidado, que seguramente algún día volverías, que tenía la esperanza de verte nuevamente. Pero al ver que no llegabas, se fue muriendo lentamente. Y antes de morir me dijo que ella del otro lado de la vida te recordará siempre, porque la amistad entre ustedes, a pesar de los avatares de la vida no debe morir.

Mariipaz, no quiso escuchar más al anciano y se fue a su casa. Sus padres habían salido y ella se metió en su alcoba, se sentó en la cama, buscó el álbum y sacó la foto que se había tomado con su amiga y entonces comenzó a recordar la frase que ella le había dicho y a medida que recordaba esos días felices, mientras los pájaros en la ventana trinaban y trinaban y la gente afuera gritaba, ¡corran, corran qué Pueblo Bonito se hunde! ¡Se rompió el hueco de Teresita! se fue durmiendo lenta y paulatinamente hasta quedar profundamente dormida.

Cartagena de Indias, 21 de noviembre de 2010

Taty

A T. H,
a quien no conozco y tampoco conoceré


Hace muchos años escuché la historia de Taty, una joven que tenía cientos de guacamayas, loros, cotorras, quetzales y gonzalas que andaban en tropel detrás de ella con la algarabía propia de estos animales y solo se calmaban cuando le ponía bangañas y aguaderas llenas frutas, especialmente mangos y algunos cogollos de árboles tropicales.

Aunque era querida y admirada, de la vida de Taty muy poco sabían los habitantes del pueblo, ya que una mañana apareció sola y sin memoria acostada en el piso de una almadía que iba agua abajo, vestida con unos harapos, que no le restaban ninguna clase de brillo a su extraordinaria belleza. Tendría unos quince años, era de piel trigueña y alta, de rostro ovalado, cejas pobladas, pestañas coposas y ojos grandes. La nariz era recta y los labios delgados y redondos. En las orejas traía un par de aretes de oro, seguramente hechos por algún orfebre de la vecina ciudad de Mompox.

Esa mañana en que fue la sensación de los habitantes de Pueblo Bonito y de las poblaciones vecinas, con la anuencia del inspector de policía se fue a vivir a la casa cural, pues el cura fue el único habitante que se ofreció en darle aposento.

Con el paso de los años y a medida que se fueron acumulando montañas de tiempo, una mañana, convencida de que su ambiente no estaba en la Casa Cural, se fue a vivir a una cabaña abandonada en el bosque rodeada de un clemonar maravilloso, y allí cada mañana llegaban los pájaros a buscar alguna fruta, hoja o trozo de pan para comer.

En contra del querer de sus vecinos que estaban pendientes de la llegada de los pájaros para ahuyentarlos con piedras que lanzaban con hondas y caucheras, pues muchos se quejaban de que arrasaban con sus cosechas y sembrados, ocasionándoles pérdidas en su economía, Taty tejió una gran amistad con esos pájaros parlachines especialmente con aquellos que imitaban su voz, que terminó asimilando las costumbres de esos animales y convirtiéndose en uno más de la bandada.

No dormía y tampoco permanecía en la casa, sino en la rama de un anciano clemón, Allí permanecía desnuda, horas y horas en cuclillas agarrada con las uñas de sus pies, o paseándose de una rama en otra rama. Ya Taty, cuando alguien la llamaba, no hablaba, ahora imitaba el gang, gang de los loros, las guacamayas, los quetzales y las cotorras.

Se alimentaba de hojas de cogollos y de frutas, con sus dientes arrancaba las conchas de los árboles de jobo, los hojas de las ramas de pringamosas y de los pintacanillos, y en los atardeceres se subía a la copa de un anciano piñón, y allí junto a los demás animales dormía, dormía como los pájaros, en cuclillas y con un ojo abierto. Su piel se poniendo verde como la piel de las hojas.

Taty había traído a aquella cabaña abandonada y triste, la alegría de los pájaros, y el bullicio de los habitantes del pueblo que cada mañana concurrían en tropel acompañados de turistas que desde la ciudad venían en caravanas solo para mirar el espectáculo que le brindaba ese hecho extraordinario.

Una mañana no solo llegó la gente del pueblo y los turistas, sino también el inspector de policía acompañado del cura y de cuatro agentes del orden, pues se decía que Taty no era más que una bruja huida de un aquelarre. Llevaban un guacal en la chaza del carro y le dijeron a todos los que estaban allí que les colaboraran en la captura del siniestro engendro del mal.

Muchos se acercaron y en medio del alboroto, comenzaron a amontonar leña para incendiar el árbol en que habitaba Taty junto a los pájaros, pues le había traído mala suerte a los habitantes de Pueblo Bonito, el mismo pueblo donde hay un jagüey de aguas encantadas que devuelve la virginidad a la mujer que la haya perdido después de qui se sumerja en sus aguas en una noche de plenilunio. No se había encendido el primer tronco, cuando la gente que estaba aglomerada se asustó y comenzó a correr, pues Taty, de pronto comenzó a sacudirse, sacudía el cuerpo, las manos y las piernas, como si entrara en un extraño paroxismo y ante la sorpresa de los asustados turistas, pues uno de los comerciantes del pueblo no perdió oportunidad y desde hacía rato explotaba aquel espectáculo realizando tours y travesías, comenzaron a salirle plumas, plumas de vistosos colores, y las manos y las piernas se fueron convirtiendo en alas, hasta que todos vieron con sorpresa que Taty, se había transformado en una enorme gonzala en la que sobresalía el rostro, su rostro bello de mujer con su frondosa cabellera.

Quizás fue el susto de la gritería de la gente la que la hizo volar, volar y volar, y a pesar de que aún todavía la siguen esperando, nunca más volvió.

Cartagena, 24 de abril de 2010