domingo, 23 de octubre de 2011

Taty

A T. H,
a quien no conozco y tampoco conoceré


Hace muchos años escuché la historia de Taty, una joven que tenía cientos de guacamayas, loros, cotorras, quetzales y gonzalas que andaban en tropel detrás de ella con la algarabía propia de estos animales y solo se calmaban cuando le ponía bangañas y aguaderas llenas frutas, especialmente mangos y algunos cogollos de árboles tropicales.

Aunque era querida y admirada, de la vida de Taty muy poco sabían los habitantes del pueblo, ya que una mañana apareció sola y sin memoria acostada en el piso de una almadía que iba agua abajo, vestida con unos harapos, que no le restaban ninguna clase de brillo a su extraordinaria belleza. Tendría unos quince años, era de piel trigueña y alta, de rostro ovalado, cejas pobladas, pestañas coposas y ojos grandes. La nariz era recta y los labios delgados y redondos. En las orejas traía un par de aretes de oro, seguramente hechos por algún orfebre de la vecina ciudad de Mompox.

Esa mañana en que fue la sensación de los habitantes de Pueblo Bonito y de las poblaciones vecinas, con la anuencia del inspector de policía se fue a vivir a la casa cural, pues el cura fue el único habitante que se ofreció en darle aposento.

Con el paso de los años y a medida que se fueron acumulando montañas de tiempo, una mañana, convencida de que su ambiente no estaba en la Casa Cural, se fue a vivir a una cabaña abandonada en el bosque rodeada de un clemonar maravilloso, y allí cada mañana llegaban los pájaros a buscar alguna fruta, hoja o trozo de pan para comer.

En contra del querer de sus vecinos que estaban pendientes de la llegada de los pájaros para ahuyentarlos con piedras que lanzaban con hondas y caucheras, pues muchos se quejaban de que arrasaban con sus cosechas y sembrados, ocasionándoles pérdidas en su economía, Taty tejió una gran amistad con esos pájaros parlachines especialmente con aquellos que imitaban su voz, que terminó asimilando las costumbres de esos animales y convirtiéndose en uno más de la bandada.

No dormía y tampoco permanecía en la casa, sino en la rama de un anciano clemón, Allí permanecía desnuda, horas y horas en cuclillas agarrada con las uñas de sus pies, o paseándose de una rama en otra rama. Ya Taty, cuando alguien la llamaba, no hablaba, ahora imitaba el gang, gang de los loros, las guacamayas, los quetzales y las cotorras.

Se alimentaba de hojas de cogollos y de frutas, con sus dientes arrancaba las conchas de los árboles de jobo, los hojas de las ramas de pringamosas y de los pintacanillos, y en los atardeceres se subía a la copa de un anciano piñón, y allí junto a los demás animales dormía, dormía como los pájaros, en cuclillas y con un ojo abierto. Su piel se poniendo verde como la piel de las hojas.

Taty había traído a aquella cabaña abandonada y triste, la alegría de los pájaros, y el bullicio de los habitantes del pueblo que cada mañana concurrían en tropel acompañados de turistas que desde la ciudad venían en caravanas solo para mirar el espectáculo que le brindaba ese hecho extraordinario.

Una mañana no solo llegó la gente del pueblo y los turistas, sino también el inspector de policía acompañado del cura y de cuatro agentes del orden, pues se decía que Taty no era más que una bruja huida de un aquelarre. Llevaban un guacal en la chaza del carro y le dijeron a todos los que estaban allí que les colaboraran en la captura del siniestro engendro del mal.

Muchos se acercaron y en medio del alboroto, comenzaron a amontonar leña para incendiar el árbol en que habitaba Taty junto a los pájaros, pues le había traído mala suerte a los habitantes de Pueblo Bonito, el mismo pueblo donde hay un jagüey de aguas encantadas que devuelve la virginidad a la mujer que la haya perdido después de qui se sumerja en sus aguas en una noche de plenilunio. No se había encendido el primer tronco, cuando la gente que estaba aglomerada se asustó y comenzó a correr, pues Taty, de pronto comenzó a sacudirse, sacudía el cuerpo, las manos y las piernas, como si entrara en un extraño paroxismo y ante la sorpresa de los asustados turistas, pues uno de los comerciantes del pueblo no perdió oportunidad y desde hacía rato explotaba aquel espectáculo realizando tours y travesías, comenzaron a salirle plumas, plumas de vistosos colores, y las manos y las piernas se fueron convirtiendo en alas, hasta que todos vieron con sorpresa que Taty, se había transformado en una enorme gonzala en la que sobresalía el rostro, su rostro bello de mujer con su frondosa cabellera.

Quizás fue el susto de la gritería de la gente la que la hizo volar, volar y volar, y a pesar de que aún todavía la siguen esperando, nunca más volvió.

Cartagena, 24 de abril de 2010

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