Orígen de la expresión
La lengua Cervantina
Joce G. Daniels G.
Conferencia leída en la Casa de España de Cartagena
el 23 de abril del año 2008
“Ninguna persona
puede presumir
de culta, si no ha
leído el Quijote”
M de la T.
Si he de ser sincero[1],
tengo un presentimiento y temor aquí en el alma de que muchos de ustedes, antes
de que yo pase a la segunda página de estas divagaciones intrascendentes,
seguramente estarán en los brazos de Morfeo, asidos y viajando por el
insondable mundo de la bella nefelibata. Sé que me metí en una aventura
quijotesca, ya que me he propuesto encontrar la raíz, o en el mejor de los
casos la persona o el escritor que por primera vez utilizó la expresión Lengua Cervantina, para mediante una
metonimia, designar el Idioma Español.
Tampoco pretendo ilustrar a tan selecto auditorio, pues eso sería
temerario; mucho menos intento divertirlo con divagaciones o con razonamientos más
o menos ingeniosos o extemporáneos; no busco ensayar críticas sobre lo que a
través del tiempo se haya comentado, eso es superior a mis fuerzas; pero si
deseo expresar por lo menos una nueva
luz a la monumental obra cervantina, que en estos momentos es lo indicado por
la oportunidad que nos congrega, echando a un lado cualquier ápice de
petulancia o fanfarronería.
Al asumir el compromiso de venir a este lugar para decir algo relativo
a Cervantes quise documentarme en toda clase de lecturas, unas difíciles y
otras fáciles de comprender, alguna me desorientaron tanto que hube de volver
al punto de partida, pues es tal la cantidad de páginas y páginas que se han
escrito alrededor de la vida y la obra de este personaje, que uno termina
agotado y en algunos casos confundido.
Leí la mayoría de trabajos serios de quienes emiten juicios muy
acertados acerca de los motivos que
llevaron a don Miguel de Cervantes Saavedra a escribir el Quijote, su obra por
excelencia más conocida; otras veces me enfrasqué en críticas cuya nimiedad
fatigante desconcierta, y, sin que me intimidara el tema, tuve también a la
vista diferentes versiones del contenido del Quijote.
Muchos de esos conceptos, que en la mayoría de ellos se siente la
grandeza de Cervantes y la humildad de quienes los pergeñan, fueron desdeñados
adrede, por cuanto no eran el objeto de mi osadía, posiblemente más adelante
los expresaré si la generosidad de Cronos, en este recinto, me lo permite.
Durante varios días, quizás
horas, semanas y meses, estuve curucuteando y rebuscando, escarbando y
hurgando, en libros y revistas, archivos y anaqueles, plúteos y bibliotecas,
para encontrar la raíz o en el mejor de los casos alguna referencia que me
dijera, no por qué se llama al Español lengua
cervantina, sino quien o quienes fueron las primeras personas que se
atrevieron a darle tan alto honor y
merecido homenaje al ilustre don Miguel de Cervantes Saavedra, ya que raras
veces, o nunca, escuchamos que se diga lengua shakesperiana, idioma dantesco,
habla balzaniana o lenguaje kantiano.
Eso sí, en el mundo de las
letras, de la creación y de la investigación, encontramos argumentos que tienen
el apellido de quien puso los puntos sobre la íes al proponer y abrir por
primera vez un modelo o arquetipo que aún todavía en nuestros días, sigue
vigente.
De estos hay muchos, pero
muchísimos ejemplos, tales como “las
tragedias de Esquilo”, “el infierno
de Dante”, la Ortografía de Nebrija, la Gramática de Bello, las rimas de Bécquer, la Oda
Horaciana , la décima o Espinela, o también, por
antonomasia, se da la paternidad a alguien, cuyos méritos sobrados lo ubican en
la cúspide de una escuela o género, en el campo de la narrativa, la
investigación o la poesía, y entonces decimos padre de la Oratoria ,
en alusión a Demóstenes, padre de
la Fábula ,
para mencionar a Esopo, padre de la Historia , y nos
conectamos con Herodoto, padre de la
novela histórica, y establecemos un vínculo con Walter Scout, padre de la novela sicológica, y
evocamos a Dostoieski, padre de la novela romántica, para
mencionar a Chateaubriand, en fin encontramos todo un universo rico y abundante
que dice mucho de la prolífica mente del hombre en su afán por mejorar el mundo
de las letras y de la investigación, sin incluir los 25 mil dioses, las quince
mil diosas, semidioses y todos los endriagos fabulosos que pueblan el universo
de las diferentes mitologías y de las religiones y creencias.
Sabemos que Barranquilla es la Puerta de Oro de Colombia, porque así la llamó
el presidente Olaya Herrera a finales de 1930. El Barón de Humboldt, que apenas
si estuvo unos cinco meses en la Santa Fe
de Bogotá de los virreyes, se compenetró tanto con el ambiente que le dio el
título que aún hoy día permanece: Atenas
Suramericana.
Rastrear los orígenes de una expresión o palabra, en razón a los cambios semánticos, ya sea
desde el punto de vista de la diacronía,
es decir atendiendo a los diferentes significados que ha sufrido la palabra, o
desde la óptica de la sincronía, que
designa los hechos lingüísticos en un momento dado, no es fácil.
Así, podemos observar que toda palabra, por muy sencilla que sea o por
mucho que la usemos o no la usemos, carga sobre sus hombros un catabre o mochila llena de muchas realidades, donde se
juntan orígenes y principios, historia y fantasía, aventuras y recorridos,
amores y odios, tradiciones y costumbres, cambios y mutaciones, batallas y
conquistas, triunfos y derrotas, invasiones y defensa, cultura y formación,
pueblos y etnias, penas y castigos,
amnistía y olvido, en fin, vida y muerte.
A través de los siglos y los milenios, hemos sido testigos de la fortaleza y estructura de muchas palabras que
han desafiado los avatares de los tiempos, que han pasado la línea imaginaria
de la historia en cada época, han sorteado tempestades y tormentas, guerras y
batallas, hecatombes y cataclismos y cómo, de una u otra manera han permanecido
firmes e incólumes, muy a pesar de los cambios semánticos a que se han visto
abocadas. El Padre Félix Restrepo, como
uno de los más versados lingüistas de nuestro país, en un copioso estudio de
muchas hojas, hizo varias disecciones y dicotomías y al final concluyó que las
palabras tienen alma.
A veces, sin ninguna clases de consideración, unas veces por ignorancia
y otras por pedantería, para estar “in”, usamos términos sin conocer su
significado y muchos menos su etimología o raíz. Por ejemplo, hace pocos meses,
me topé de pronto con una reunión de ilustres y notables intelectuales, que
discutían acerca de la palabra cachón.
Cada uno exponía sus razones y cada uno esgrimía juicios traídos por los
cabellos. Hablaban con propiedad que el término era aborigen y que se derivaba
de las relaciones furtivas que mantenían ciertas mujeres con los patrones de
sus maridos, especialmente con aquellos llenos de riquezas y de ganados. Otros
menos osados decían que el término se aplicaba porque al hombre cuya mujer es
infiel, le salían una especie de cachos como al alegórico demonio. Lo cierto es
que esta es quizás una de las palabras más antiguas de la humanidad y que es
fiel ejemplo de la fortaleza y estructura que la configura. Pues ella deriva de
la mitología griega cuando la reina Pasifae, esposa del rey Minos el creador de
la civilización minoica, es castigada, en su soberbia a enamorarse del toro
sagrado de Poseidón. De aquel extraño connubio, nació el Minotauro, mitad toro,
mitad hombre. La historia comenzó a designar carnudo, cornúpeta, cabrón o
simplemente venado al hombre que estuviese bajo los rigores de la infidelidad.
Sin embrago quiero aclarar, que Pausanias, en su obra “Periegesis”, escrita seis siglos antes de Cristo, aclaró que el
hijo de la reina era llamado así peyorativamente, porque no sabían si era hijo
de Minos o de Tauro, un príncipe amante de Pasifae.
La expresión Lengua Cervantina,
para designar el bello, sonoro, musical y rítmico Idioma Español, que gracias a
Dios y a la osadía o locura de don Cristóbal Colón, llegó a esta parte del
mundo hace poco más o menos quinientos y pico de años, no es una frase gratuita
o descabellada, pues signa y equipara al más genial de todos los escritores y
fabuladores de muchos milenios de la humanidad
y el reconocimiento a la prolífica obra que en cierto sentido, como una
gran red abarca y se extiende a todas las manifestaciones de la condición
humana.
Muchos de los que estamos aquí, que nos hemos sumergido en esa selva
maravillosa de la Historia de la Literatura, que nos hemos adentrado al estudio
de las diferentes épocas de la sociedad, que hemos recorrido la senda y las
trochas de la literatura española, encontramos que no fue fácil para el Manco de Lepanto, abrirse paso con sus
escritos en la España de su tiempo, cuando a su alrededor hubo tantos y tan
buenos y excelentes poetas y narradores, pero también detractores y envidiosos,
críticos y censores, hasta el punto que los hermanos Bartolomé y Lupercio
Argensola, aristócratas y palaciegos, cuyas obras literarias eran tan malas que
ni ellos mismos las leían y terminaron por incinerarlas, cuando Miguel de
Cervantes Saavedra, envió copia del manuscrito del Quijote al rey para
solicitar el permiso de impresión, lo lanzaron con rabia a la basura, y como
explicación le dijeron al rey que “nadie
tan necio como Cervantes y tan loco como don Quijote”.
A finales del siglo XVIII la expresión “Siglo de Oro”, con la que Lope de Vega aludía a su época y que
suscitaba la admiración de Don Quijote en su famoso discurso sobre la Edad de Oro, ya
se había popularizado y en el siglo XIX la consagra el hispanista
norteamericano George Ticknor[2]
en su Historia de la literatura española, aludiendo al famoso mito de la Teogonía de
Hesíodo en que hubo una serie de edades de hombres de distintos metales cada
vez más degradados.
Fue él, quien inspirándose en Don Quijote, bautizó el periodo
comprendido entre 1492 y 1665 como Siglo de Oro de la literatura española.
Entendiéndose como la época clásica o de apogeo de la cultura ibérica,
esencialmente el Renacimiento del siglo XVI y el Barroco del siglo XVII.
Ciñéndose a fechas concretas de acontecimientos clave, dicho período abarcaría
desde la publicación de la Gramática
castellana de don Antonio Elio de Nebrija, en 1492, hasta la muerte de don Pedro Calderón de la Barca ocurrida en 1681.
Aunque en el punto más alto de este apogeo se encuentran las figuras de
Miguel de Cervantes y Félix Lope de Vega Carpio, quien se hacía llamar “el Fénix de los Ingenios”, muy poco se
recuerda, o nadie habla de sus Novelas
Pastoriles, de las Novelas Bizantinas, tampoco del Teatro, o en el último de los
casos de La Dorotea , en la que el autor, en su
senescencia, rememora sus idilios y amores casi adolescente con Elena Osorio,
obra que en su tiempo, por tener la misma estructura fue considerada un plagio
de la Tragicomedia de Calixto y Melibea, llamada
simplemente Celestina.
Quiero aclarar que la a la lengua cervantina se la denomina también
castellano, por ser Castilla, el nombre de la comunidad lingüística que habló
esta modalidad románica en tiempos medievales. Existe alguna polémica en torno
a la denominación del idioma; el término español es relativamente reciente y no
es admitido por los muchos hablantes bilingües del Estado Español, pues
entienden que español incluye los términos valenciano, gallego, catalán y
vasco, idiomas a su vez de consideración oficial dentro del territorio de sus
comunidades autónomas respectivas, son esos hablantes bilingües quienes
proponen volver a la denominación más antigua que tuvo la lengua, castellano
entendido como “lengua de Castilla”.
En los países hispanoamericanos se ha conservado esta denominación y no
plantean dificultad especial a la hora de entender como sinónimos los términos
castellano y español. En los primeros documentos tras la fundación de la Real Academia
Española, sus miembros emplearon por acuerdo la denominación de lengua
española.
Pero volviendo a esa búsqueda y rastreo incesante y a veces angustioso
por encontrar el punto de apoyo de la argumentación que se pretende, en este caso el origen de
una expresión tan sencilla, pero significativa, a medida que me adentraba a los
escritos que hablan del habla y de los escritos cervantinos, de los copiosos
tratados que han auscultado cada rincón de la obra de Cervantes, me asombraba
más y más de la grandeza y genialidad del escritor de Alcalá de Henares, en
cuya pluma jamás asoma un solo ápice de amargura, un signo de dolor, una
manifestación de angustia, a pesar de los sufrimientos y condiciones económicas
desfavorables en que transcurrió mucha parte de su vida. Todo lo contrario,
cada línea, cada párrafo, cada libro es un canto a la alegría, un himno a la
felicidad, un epinicio al regocijo.
Rebusqué línea por línea, párrafo por párrafo en los voluminosos
trabajos de don Amado Alonso[3],
Azorín[4],
Gerardo Diego, Benavente, Feijoo, Alejandro Carrión[5],
María Elena Castelino[6],
Fernández García Nieves[7],
José Servera Baño[8],
Rafael Lapesa, La gastronomía en el Quijote”
del Prof. Joaquín de Entrambasaguas, don Andrés Bello, Lucas Caballero
Calderón, don Ramón Menéndez Pidal[9]
algunos libros y tratados que no tenían ninguna relación, pero que en la
portada de la obra aparece como gancho el nombre del Quijote o de Miguel de
Cervantes Saavedra.
Cuando ya había escarbado tantas y tantas cajas de libros, cuando ya
había repasado una y otra vez, al derecho y al revés textos y revistas, y
consideraba que la expresión Lengua
Cervantina no tenía ningún asidero y tampoco un padre putativo a quien
endilgársela, y era otra de las muchas frases que el pueblo en su proverbial
imaginación había creado, no para reconocer la valía del más prolífico de los
escritores de todas las lenguas universales, del autor que puso su impronta
creativa y su feraz imaginación, no solo
en el Quijote, sino en todas sus llamadas novelas ejemplares, escritas en la
edad madura, entre ellas El Licenciado Vidriera, que relata las peripecias de un ingenioso
personaje, que hasta en las locuras es admira. El Celoso Extremeño, en
la relata la historia de un matrimonio con una diferencia de edad entre los
cónyuges, en la que Filipo de Carrizalez, un noble extremeño que después de
permanecer 20 años en América, regresa a España a la edad de sesenta y ocho
años, lleno de oro y plata y decide casarse con Leonora, una zagala de apenas catorce
añitos. Riconete y Cortadillo, trata sobre el encuentro en el camino
de Toledo a Andalucía de Pedro del Rincón y Diego Cortado, ambos de 15 años de
edad, llamado Rinconete y Cortadillo, dos muchachos que se han escapado de sus
casas porque eran maltratados por sus familias, y para ganarse la vida, tienen
que robar y hacer trampas a las cartas. La Gitanilla , El Amante Liberal, y la Española
inglesa. Sobresaliendo en sus
entremeses y comedias, y naturalmente en sus poesías.
En fin estaba por tirar la toalla y
dejar tranquilo a Cervantes y a don Quijote, cuando, acostado en la hamaca que
siempre permanece en el rancho de mis padres, del cielo o quizás del salso donde hibernan las iguanas y anacondas, me
cayó como una bendición uno de los muchos libros que ha muchos años leía mi
difunto padre, y para sorpresa mía allí encontré lo que estaba buscando.
Fue en el año de 1905, con motivo de
la celebración del III centenario del de la publicación de Don Quijote de la Mancha , los españoles don Julio Cejador y Frauca, entonces catedrático del Instituto de Palencia,
publicó La Lengua
de Cervantes: gramática y diccionario. D. Julián Apráiz, edita su Don
Quijote traducido a la lengua vasca, en el cual los más interesantes
pasajes fueron vertido al éuskaro; y el insigne Don Francisco Navarro Ledesma,
catedrático del Instituto de San Isidro y autor del Ingenioso Hidalgo
Miguel de Cervantes Saavedra.
Por una de esas generosidades del destino, los tres libros están en uno
solo. Y en el Ingenioso Hidalgo Miguel de Cervantes Saavedra, editado en 1905,
en donde aparece por primera la expresión Lengua
Cervantina, en que al autor, no solo siente una admiración por Cervantes,
sino que analiza cada uno de los fundamentos y proyecciones históricas que le
dará, no solo a España, sino a los países de habla hispana la renovación
lingüística de Cervantes en todas sus obras y en donde sienta las bases a
través de una obras literarias sencillas y asequible del futuro del idioma
Castellano.
De esta manera pude comprobar que las palabras, por muy sencillas que
sean, por muy humildes que parezcan, por muy
dóciles, siempre tienen un origen. Y en nuestro caso, la expresión Lengua Cervantina, que nomina la lengua
española, para rendirle tributo y homenaje al más grande y prolífico creador, al
más ingenioso de cuantos fabulistas hay en la faz de la tierra no iba a ser la
excepción.
Muchas Gracias
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