domingo, 11 de abril de 2010

La jardinera y el poeta

La jardinera y el poeta
Dedicado especialmente a todas las
 cibernautas que me inspiraron la historia



Cuando Maty salió de la clase de Medicina Nuclear y se paró en la puerta de la Universidad a esperar el transporte con otras compañeras, tuvo un presentimiento infeliz y se le vino a la mente el sueño de la noche pasada en que se adentraba por varios pasillos y en las paredes oscuras de ese Dédalo interminable veía manojos de flores y rosas de color rojo. Corría de un lado para otro, siguiendo el curso de un hilo de aguas encantadas que discurría por entre las piedras del suelo seguido por unas melodías de voces enloquecedoras que salían de la propia tierra. Deben ser las almas en penas, pensó en el sueño. Estaba ensimismada en los recuerdos del sueño cuando escuchó la voz lejana de alguien que decía: ¡está muerto, el poeta está muerto! Fue entonces cuando salió de su letargo y como en un ruego, con su voz de alondra errante dijo:
-Murió, ¿Quién murió?
Hacía más de un año que se había conocido por la red de Internet con Armando Amor, un escritor de narraciones fantásticas, cuyo nombre por primera vez se lo escuchó al profesor de Fonoaudiología, que lo mencionó con entusiasmo cuando dijo que había leído en el blog un relato acerca de un escritor, y que seguramente era el propio autor, que llevaba el alma en una mariposa de vistosos colores que no dejaba de revolotear alrededor de su cabeza, pero, jamás se habían visto personalmente. Toda su relación, primero de amistad y luego de ese amor inefable e ilusorio había sido virtual.
Naty, que apenas estaba despertando el capullo de su flor y cuando hablaba, aún se sentía el olor de la leche materna en sus labios, pues apenas llegaba a los diecisiete años, desde ese día se le metió entre ceja y ceja que algún día o cuando se le presentara la oportunidad hablaría con Armando, pues cada una de las frases pronunciadas por el profesor le habían impresionado.
Cierta noche en que chateaba con unas amigas, como había sido costumbre en los últimos meses, vio de pronto el rostro y el nombre de Armando Amor en la lista de conectados dispuestos para chatear. Inmediatamente lo contactó y él le respondió. Desde ese día iniciaron la amistad y a medida que chateaban y chateaban, con el paso de los minutos, las horas y los días, entre ellos fue naciendo un idilio inexplicable, pues ella sabía y estaba consciente que él no solo le triplicaba la edad, sino que podía ser el padre de sus propios padres.
Ella le decía mi loco poeta, mi esclavo de amor, mi heraldo de la felicidad, y él le prodigaba cada noche frases que hacían trizas el corazón de Maty. Mi bella jardinera, mi hada encantada, mi diosa de las flores, mi adorada y cerrera cabrita, esta noche estaré en cada rincón de sus sueños, le estaré narrando las más bellas historias de la literatura universal.
Lo cierto fue que Maty no resistió los embates del escritor y con el paso de los días, cada vez que se sentaba frente al computador y encendía la página del facebook para chatear, comenzaba a vivir una pasión casi enfermiza y febril con su poeta ilusorio. Una noche, que estaba en la fiesta de cumpleaños de su amiga Mónica María, y donde se encontraban también Ana Isabel, Yira y María Camila, sus compañeras de estudios y confidentes de sus amores juveniles, en un momento en que salió al patio con su novio, cuando éste bajo los efectos de la cerveza y el ron quiso besarla, ella apartó el rostro y le dijo sin tantos tapujos y con la franqueza propia de la mujer enamorada que no la besara porque ella tenía otro novio.
- “Ya no te pertenezco, le dijo, soy de otro”.
Los cambios que había sufrido Maty en su conducta en esos días, no solo fueron notados por sus padres, sino también por sus amigos y compañeros. Ya no usaba la colonia de bebé con la que perfumaba cada parte de su cuerpo sino que le dijo a su papá que le comprara una fragancia de mujer. Dejó de bañarse con su mamá y también comenzó a tomarse fotos y a ponerse, como la había hecho en su niñez, una rosa, una flor o una diadema de flores silvestres de diversos colores en las sienes, porque quiero que mi poeta me vea más bella de lo que soy, decía. Se olvidó de las muñecas con las que jugaba cada tarde con sus amiguitas vecinas, a pesar de que seguía siendo la misma niña coqueta, vanidosa, presumida, alegre y engreída. Algo había cambiado en ella: es que está enamorada le había dicho la madre de Maty a su marido.
Naty, tú si eres boba, le dijo cierta mañana Yira. Nada de lo que se dice en la red de Internet es cierto. Todo es fantasía. Y mira, como te vas a enamorar de un hombre que podría ser tu abuelo. No mija, definitivamente estás bien loca. Estás más loca que una cabra, le corroboró Ana Isabel. Echa esa ilusión a un lado y búscate un marido joven de carne y huesos que te haga vibrar de emoción, siguió diciendo Yira.
Pensó que el encuentro de ese martes debía ser solemne e impactante para su loco poeta y por eso se puso un vestido de seda china color púrpura de falda larga y cuello en forma de uvé que había usado en la ceremonia de grados de la educación secundaria. “Es la moda de la diosa Atenea”, le había dicho la modista. Se colgó los zarcillos de oro adornado cada uno con un pájaro de vistosos colores en sus orejas de porcelana y sobre la sien izquierda se puso una flor silvestre roja y de anchos pétalos. “Para que vea mi poeta que soy una mujer hermosa y agresiva”, se dijo.
Del poeta, muy poco sabían sus amigas. Solo que era escritor y vivía en una ciudad del interior, pero según ella misma había dicho ese martes de abril, ella aprovecharía un espacio de sus clases para salir, encontrarse y verse por primera vez con su novio virtual, ya que las muchas veces que habían acordado encontrarse, por circunstancias del momento, les había sido imposible encontrarse.
Esa mañana del martes se levantó más temprano y se puso a tararear un bolero que sorprendió a sus padres, ya que la música que le gustaba escuchar, cantar y bailar en la cocina cuando ayudaba a su mamá en los quehaceres de la casa era el reguetón, la salsa y la champeta. Se estaba secando el pelo frente al espejo cuando se pronto se quedó seria y mirando la imagen de su cuerpo. Estaba completamente desnuda. Era lo que siempre hacía, bañarse, salir con una toalla enrollada en el cuerpo y luego contemplarse. Se miró varias veces los ojos y realizó otras tantas muecas como si le hiciera mofa a su propia figura.
“Será cierto que yo estoy enamorada del poeta. Dime espejito lindo el poeta me ama, es verdad lo que él me dice cuando me escribe. Y yo si estoy realmente enamorado de él. Lo que yo siento por él si es amor. Debes responderme espejito lindo, tu eres mi confidente, eres tú quien conoces mis intimidades, nadie más ha tenido el privilegio de mirarme como los has hecho tú. O acaso no ves que siempre poso para ti. Mira has visto más allá de este lunar que tengo en el seno izquierdo. Has visto mis lunares íntimos. Todo lo has visto. Además, cuantas veces no he llorado aquí y te he contado mis secretos, mis angustias, mis miedos y mis temores. Ni a mamá le digo lo que te he dicho a ti. Recuerdas aquella vez cuando volví de la fiesta de mi exnovio que trató de sobrepasarse conmigo, y lloré a cántaros porque me sentí una mujer miserable, apenas con quince años, quiso… bueno eso solo lo sabes tú. Nadie más y ahora cuando quiero tu consejo, cuando quiero que me digas si realmente lo que yo siento por el poeta es amor, tú no me contestas. Y que enamorada, yo una niña de apenas diecisiete años, que hace pocos días papá me bañaba en sus manos y me secaba mi cuerpecito, ahora y que enamorada. Que tal que papá y mamá supieran que yo estoy enamorada. Yo que soy, no solo la niña de los ojos de papá, sino también los lentes y las gafas, será para que papá me mate. “Naty, que has hecho”, me dirá, mirándome con el cariño y el amor que siempre me ha profesado, por encima de sus gruesos lentes. Y yo entonces le diré si papá falté a tu confianza. Le diré eso espejito, dime. Como quieres que me peine, dime, ah dime. Ya veo que estás de parte del poeta. Que cosa, mi mejor amigo y ahora y que cómplice del poeta, que tal que él supiera todo lo yo he hecho contigo, los juegos que hemos tenido, los secretos que tú me guardas. Sabes que haría ese loco de mi poeta, mejor ni te digo, ah, qué me pondré, con cual vestido iré a recibirlo. Él seguramente me dirá Naty, pero que bella estás. Si eso es lo que dicen todos los hombres cuando quieren engatusar una mujer. Bueno mi poeta no es así. Ya sé, me pondré un vestido, un vestido que él nunca ha visto. Me pondré el beige que me dio mi profesor Edy el día en que cumplí quince años. Qué bello y atento era ese profesor conmigo. Mis compañeras decían, Naty, mira que Edy está muy enamorado de ti, siempre los ejemplos los encabeza con tu nombre. Bueno, y sabes espejito lindo era verdad, aquí entre nos una vez me lo confesó, me envió dos cartas, pero que cartas. No se que tengo yo, pero siempre me han perseguido los poetas, porque mi profesor Edy también lo es. Y cuando me encuentro con él me dice hola Naty, aún todavía suspiro por usted. Si ves espejito como el amor es tan complicado. Bueno como no me dices nada y estás hoy más serio que el rostro de un toro bravo, me pondré cualquier cosa, pero eso sí, la flor, la flor en mi pelo no debe faltar. Deséame suerte espejito lindo en esta mañana en que al fin se romperá el idilio que en estos meses me ha martirizado.
Cada noche, Maty esperaba con ansiedad que su papá se levantara del computador para sentarse y comenzar a chatear con su poeta. Fue en esas largas conversaciones escritas en que ambos se fueron conociendo y cada uno se fue abriendo como un libro, de manera que el uno sabía de memoria la vida del otro. Ella entonces, con el alma llena de ilusiones y de sueños, le enviaba una foto diferente, y él como todo escritor que se respete, se aprovechaba de su ingenuidad infantil y de su juvenil idilio y le escribía una frase que llegaba como un venablo candente al corazón y allí abría una nueva cisura difícil de sanar.
Naty de la noche a la mañana, volvió a ser nuevamente la jardinera que en otras épocas habían conocido sus padres y amigos, con la diferencia de que ahora no llevaba las flores que recogía en el jardín en la canastilla que le había regalado su mamá. Se iba a cualquier jardín, al de su casa, al de las vecinas o al que encontrara en su camino, y allí siguiendo la ruta que le demarcaba con su pico y con sus aleteos, su amigo Giorgio, el sinsonte guajiro, que cada día iniciaba su trinar desde las cinco y media de la mañana y solo cesaba a eso de las diez, con una canción de Silvio Britto, recogía una flor, la más bella, a la que le susurraba con delicadeza “florecita hoy me pondrás para mi esclavo poeta, más bonita”, después de expresarle esa frase de cariño, se la colgaba del lado izquierdo de sus sienes.
Naty, que podía distinguir a quinientos metros el aroma de una flor entre cien y el de una rosa entre mil, hoy llevaba un bonche blanco, mañana se colocaba una helicona, al día siguiente un pompón azul o un capacho amarillo, en fin, las flores y los cantos de los sinsontes entraron en la vida de Maty como había entrado en su corazón el amor por Armando Amor, el poeta y esclavo de sus amores.
Seguía sumergida en sus pensamientos, recordando el sueño de la noche anterior, especialmente lo relacionado con las flores, pues había estudiado muy bien el significado de los colores en una exposición que hizo sobre la cromatología: que el amarillo está asociado a una gran inteligencia, pero que simboliza la envidia, los bajos instintos, la ira, la cobardía; que el rojo está asociado a una gran personalidad, pero simboliza sangre, fuego, dolor, revolución, desconfianza; el naranja, es el color de los tristes y simboliza la exaltación; que el azul es símbolo de la profundidad inmaterial y del frío, cuando nuevamente escuchó las voces de sus amigos y amigas que decían algo referente a quien ella esperaba, la trajeron a la realidad.
En el tumulto que se había formado, se escuchaban voces diversas, pues todos querían decir frases referentes a la muerte de quien se hacía llamar como poeta y estaba tirado sobre el pavimento de la avenida, unas tres cuadras más allá de la Universidad, a donde habían quedado a encontrarse. Está totalmente vestido de blanco y boca abajo, dijo alguien. Al lado donde yace su cadáver hay una gorra gris de cuadros, dijo otro. No hay señales de accidente, se escuchó nuevamente.
Cada frase le martillaba en el cerebro a Maty, pues sabía que hablaban de su esclavo, que la descripción correspondía a su heraldo de amor. Entonces entre las muchas voces, escuchó una voz bien clara que dijo: y en la mano derecha que estaba empuñada, el investigador de la causa encontró una mariposa de mil colores, pero estaba muerta. Es como si él mismo se hubiese quitado el alma.
Naty, no quiso escuchar más y en silencio, con el sigilo propio de un alma adolorida, bajo el inclemente calor de ese día espléndido, se retiró del conjunto de personas y por la calle se dirigió en vía contraria a donde habían sucedido los hechos. De sus ojos, de sus ojos intensamente negros, mientras la brisa de esa mañana fresca jugueteaba con su cabello y con su rosa roja sobre las sienes, brotaron dos lágrimas de cristal.
Solo fue un sueño, una ilusión, una quimera, pensó, y se subió en el taxi que la llevaría a su casa.

Cartagena de Indias, 3 de abril de 2010