sábado, 3 de mayo de 2014

Mientras haya festival, habrá milleros encantados

Mientras haya festival, habrá milleros encantados

Lo que más añora el corazón de una
persona es volver a su terruño natal y
reencontarse con su ancestros
Al intervenir en el bautizo citadino que se le da al Festival Anfibio de Artes y Tradiciones: Preservando la Cultura Anfibia y al II Festival de Cañamilleros[2] que rinde homenaje a la folclorista, cantadora, pintora y escritora, doña  Fulvia Cuello de Lozano, madre de una familia de personas notables, quiero agradecerle a Marlon De la Peña Bolívar y a los demás miembros que hacen parte de la Corporación Cultural y Artesanal Soneros de Talaigua, el gesto que han tenido de invitarme a tan importante evento, pues creo que es una manera de reencontrarse con los  recuerdos lejanos, especialmente para mí, ya que algunos están perdidos en sus calles, en las cocinas de muchas casas amigas, en el antiguo Colegio Cooperativo donde oficié como rector, pero especialmente en la albarrada de Talaigua, allá donde yo nací, una noche de farotas, tamboras y chandé.
Antes de adentrarme a ese mundo fantástico de leyendas, tradiciones, costumbres, y todo lo que hace que la vida de la gente de Talaigua esté bajo el sino anfibio como lo ha sido tradicional en todos los pueblos del mundo desde que florecieron en la Media Luna de las Tierras Fértiles, allá en Paraíso Terrenal, a orillas de los ríos Tigris y Éufrates culturas que universalizaron el pensamiento creativo en ciudades como Babilonia y Ur de Caldea y naturalmente en el legendario río Nilo, en cuyas riberas florecieron más de quinientas ciudades y en cada una de ellas, según lo narran Herodoto y Pausanias, se realizaban festivales, juegos y concursos, que siglos después copiarían al pie de la letra griegos y de los griegos y los latinos y de éstos los españoles que luego sembrarían con su salvaje coloniaje en las tierras de los incas, chibas, Caribe, chimilas y naturalmente la valiente y heroica tribu Malibú.
Es bueno recordar que en Talaigua desde hace muchos años, cuando Orlando Fals Borda, publicó aquellos cuatro Tomos de la Historia doble de la Costa, y entre esos libros importantes para la Sociología Nacional apareció Mompox y Loba, y allí por primera vez acuña el concepto de Cultura Anfibia, muchos pueblos ubicados a orillas de Yuma, del Gran Padre Yuma, hablaron de la Cultura Anfibia, pero ninguna se la apropió como Talaigua en donde comenzó a celebrarse un festival que hace honor a nuestra identidad, sentido de pertenencia y autenticidad, cuando a mi compadre Fernel Matute Lobo, sometido a los estropicios mentales de una parranda de tres días se le dio por organizar una Encuentro de la Cultura Anfibia.
Y esas son las pretensiones de este II Festival de Cañamilleros, que de manera oportuna rinde un muy merecido homenaje a doña Fulvia Cuello, con quien he departido muchas veces como jurado de festivales, le he alborotado la falda y quemado las uñas de las manos bailado en el ruedo con ella chandé, he discutido con ella sentado bajo la furia implacable de los mosquitos en la puerta de su casa en Talaigua, he admirado sus pinturas, sus esculturas y todo lo que ella hace por preservar nuestra identidad cultural. Por eso esta noche, noche de millos y tamboras, cencerros y maracas, labios arrugados y cantos ancestrales, me uno y solidarizó con el homenaje que se le rinde.
Quiero hacer una confesión ante este honorable auditorio, ya que la palabra “cañamillero” solo hace pocos días la escuché de boca de Marlon. Y aún todavía no la he asimilado. Pues me parece insonora y además fuera de nuestras tradiciones, ya que siempre se ha nominado a quienes con sus genialidades, dones y atributos producen melodías y notas que enaltecen el alma y el espíritu y nos elevan a lo más sublime del mundo de Orfeo, el dios de la Música, se le ha llamado Milleros. No obstante, ese término podría decirse que es un neologismo en él ámbito de Talaigua, más no así en otras regiones del mágico Caribe que desde ha mucho tiempo lo han venido utilizando.
Mientras haya festivales como el que esta noche hace su lanzamiento a miles de kilómetros de Talaigua, siempre habrá milleros encantados y naturalmente se preservarán tradiciones y costumbres que a veces luchan por sostenerse ante los avatares de los tiempos.
Tres décadas atrás, algunos pueblos de Bolívar, tales como Magangué, San Juan Npomuceno y San Jacinto, celebraban con bombas y platillos el 11 de noviembre, que recordaba la efemérides del movimiento independentista dado en Cartagena el 11 de noviembre de 1811. En ninguno de esos pueblos se celebra dicha fiesta y en Cartagena, muy pocos saben que sucedió ese día, pues algunos hasta hace pocos años decían que era el cumpleaños de doña Teresa Pizarro de Angulo.
Caso contrario sucede con el Festival de Cañamilleros que hizo el milagro de rescatar a Pedro “Ramaya” Beltrán, quien vive sonando su millo y flauta en su refugio de Malambo. Hasta hace poco la gente pensaba que este ilustre patiquero, la figura más notable del folclor nacional, hubiese nacido en el Municipio de Talaigua. Hoy mucha gente se siente orgullosa de que un personaje de la talla de Ramaya, cuyos versos y melodías han traspasado las fronteras patrias, sea uno más de esos talaigüeros que cada día elevan el nombre del pueblo a la cima de la fama.
El 24 de noviembre, cuando comenzaba la pascua el y proseguía posteriormente el 7 de diciembre, para realizar un chandé, en el que se oían las voces de don Tomás Castro, Pedro Martínez, Clementina de la Mata, Prisco Castro, Edgardo Soracá, Davelis Arce, Aura Castro, Minga Soracá, Edith Soracá y tantas otras personas olvidadas, había que importar un millero de Patico o del Botón de Leiva. A veces era tan difícil, que el chandé se hacía de viva voz, como la hacían hace más de 2500 años los habitantes del Nilo en el Antiguo Egipto, cuando realizaban sus festivales en honor a Ra o los muchos dioses de aquel panteón aún poco investigado. Hoy, en Talaigua, gracias a la influencia de Fernel Matute, que a pesar de que solo se sabía una nota y andaba con una mochila llena de cañas de millo, influyó e inculcó  en sus estudiantes el amor por la música y por la caña de millo y fruto de ello son los miembros de la prole que conforman la Familia De la Peña Bolívar, que con su escuela de formación han forjado una generación de milleros, lo que hace que hoy se consigan a montones en Talaigua. Es quizás, la mejor tradición y costumbre recuperada.
Y es a este arte divino protegido por las musas, especialmente por Euterpe y Talía, al que le debe apostar el Festival. Podría mencionar muchas costumbres y tradiciones, que se perdieron para siempre y fueron arrambladas por el paso del tiempo. La gente de Talaigua y de aquella región ya no habla de pebre de galápagos, tampoco de rungo de cabeza e bagre y mucho menos del barato y tampoco del famoso bocadillo llamado besito que se ganaba la dama cuando bailaba una pieza en el salón con el parejo.
Pero el millo, sonar la caña de millo como lo hacía Orfeo las muchas veces que venció a Plutón, el dios del Averno, para resctar a su esposa Eurídice,  o el dios Pan, que iba por montes y colinas a buscar zagalas y mozalbetas, es una verdadera tradición y costumbre que debe preservarse porque ella, nos dio, nos da y nos dará, identidad, autenticidad y sentido de pertenencia.
Somos idénticos cuando nos parecemos al medio, cuando pensamos y actuamos como nos los die el medio: hablamos, comemos, nos vestimos, saludamos  y de cierta manera, aunque parezca rutinario esa es nuestra identidad. Mi identidad, aún seis lustros después sigue siendo la de un talaigüero, no he copiado modelos ni formas de vida de la gente marina. Viví y crecí en medio de la penumbra y las mosquitera y aún me identifico con esa gente porque llevo en mi alma esas tradiciones y esas costumbres.
Somos auténticos cuando no copiamos modelos foráneos. Y en eso el Festival ha sido muy cauteloso. Muestra lo que hace la gente, tirar a atarraya, canaletear, correr, usar el hacha o el machete, en fin oficios que nos identifican, que hacen que la gente de Talaigua y la región no sea de otra parte. De allí que en el festival se respeta la diversidad, cuando llegan personas de otras latitudes con sus costumbres y sus tradiciones.
Tenemos sentido de pertenencia cuando defendemos lo nuestro, cuando anteponemos a lo foráneo lo auténtico. Y eso hace el festival. No se realiza un festival de quenas o chirimías, de guitarras o arpas. Nada de eso. Es un festival donde el protagonista, el alma es el millo porque cada uno de nosotros, aunque parezca una exageración, lleva en el alma un millo encantado. Y en medio de todo eso, sus melodías no se quedan allí, no se van sueltas al viento, porque quien mejor las desentraña en sus misterios ancestrales es la  danza de las farotas.
Podría seguir diciendo muchas cosa más, pero hemos venido a deleitarnos con el millo, y el chandé y a rendirle un merecido homenaje a Doña Fulvia Cuello, en esta noche en que reina el cariño y la amistad. Antes de cerrar la página de estas palabras, quiero felicitar a mi amigo Ariel, con quien participé en una de las campañas políticas más sonadas del siglo pasado en Talaigua,  en donde se encuentre, a Martha cuyo vientre prodigioso produjo tres hijos protegidos por las musas y naturalmente al pueblo de Talaigua, porque con este festival y los demás festivales, salva una tradición como es la de los milleros, que muchos creíamos se había perdido cuando se nos fue el último de los milleros encantados: mi compadre Fernel Matute y había que importar un millero de patico o del botón de Leiva para que amenizara las noches de farotas, fandangos y chandé.
Muchas gracias.




[1] Talaigua Nuevo, 28 de julio de 1948. Narrador, periodista de opinión, ensayista, pero especialmente mitólogo. Fundador de la Asociación de Escritores de la Costa y del Parlamento Nacional de Escritores de Colombia. Miembro Correspondiente de la Academia de Historia de Mompox.
[2] Palabras pronunciadas en la Escuela de Bellas Artes de Cartagena, con motivo de la presentación del II Festival de Cañamilleros de Talaigua. % de julio de 2013.